Que soplaba el fuego de cada vela, que recuerdo cómo iba cayendo
la cera.
Que no abre visto muchas estrellas fugaces, pero alguna paso
en aquellos años. Anocheciendo, mirando las estrellas desde mi ventana.
Qué estrellé todas mis monedas que llevaba en los bolsillos de
aquellos vaqueros desgastados, en una fuente de piedra, comida por el musgo.
Que aquella pestaña que resbalaba por mi mejilla hasta caer en
mis papeles llenos de letras. Que iba deslizándose por el aire.
Que he encontrado mil motivos para pedir siempre el mismo
deseo.
¿Sabes cuál?
Que no te fueras nunca de mi lado, que no me dejaras sola,
que te necesitaba... Necesitaba saber, que, al irme a dormir, aunque tu no
estuvieras bajo esas sábanas conmigo, me decías buenas noches con apenas un susurro. ¿Pero
sabes qué?
Que yo lo oía. Entonces cerraba los ojos fuertemente y pedía
el único deseo que yacía desde hace mucho en mí. Que no te fueras, incluso en
mis sueños. Así que cada día, cada buenas noches, te esperaba.