Antes de saber que en las casualidades se muere, y se revive
una y otra vez, que bajo tus párpados se han ahogado decenas de barcos de
papel, y tú nunca me enseñaste a nadar.
Te encontré por casualidad, como se encuentran las pestañas
en la mejilla, y es que sigo viviendo en ese instante en el que pedí ese deseo
a medias, de que las casualidades duren más, y duelan menos.
Imaginé que cruzando un barrio más allá tropezaría con
Madrid, y que la línea de autobús recorrería todo Gran Vía, mientras la
dibujaba, mientras me perdía.
Tropecé con todo aquello, cuando ni siquiera sabía porque
las noches se consumían tan despacio. Cuando las canciones bonitas no sonaban
al tiempo de bailar, y era yo quién llegaba tarde.
Y no sabes cuántas veces le he echado la culpa a la puta
poesía, por haber llevado tu NOMBRE en cualquier estrofa.
Por haberme dejado morir a pie de página...
Has sido poesía, de esa, que se escribe con los ojos
cerrados justo antes de llegar al orgasmo; De esa que se esconde al final de un
bar, de esa que se queda marcada sobre el papel y sobre mi, de esa que hiela en
pleno agosto y que finge no tener que quedarse, para volverse a ir.
Ojalá...
Puta poesía.
Cuantas mejillas han derramado ápices de mares y océanos.
Cuántas de ellas se han quedado clavadas en tus nudillos, y
en tu clavícula.
Ya basta.
Hoy al despertarme, he bajado corriendo las escaleras, cómo
no lo hacía desde que era pequeña, iba a despertar al mundo entero, y me daba
igual si tú eras uno de ellos.
Porque me he cansado de ir de puntillas, para no estropearte
el sueño, pero es que tú le robabas al mío...
He abierto la puerta, y la he cerrado de golpe, como si
fuera un adiós mal pronunciado, pero es que me he cansado de la poesía, desde
que los versos eran menos bonitos cada vez que te escribía, y la vida, no es
tan triste como la recordaba, no quiero seguir escondiéndome debajo del
paraguas cuando llueva, quiero empaparme, sin ti. No quiero volver a arrancar
las flores con tus gemidos y con las manos atadas a la espalda.
Prometo no volver a bailar.
Prometo emanciparme de las ruinas de tu poesía.
Prometo no volver a escribir otra carta de despedida.