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22 jul 2014

Lilas

Para que voy a hablarle a una lápida, gris ceniza, gris tristeza.
Para que voy a hablarte en piedra pudiéndolo hacer en flor.

En lilas, a ti.

Pudiéndote ver en estrellas y noche apagada, brillando en luna.

Verte volar como mariposa blanca, volando sin tristeza alguna, y luciérnaga iluminándome más que el sol.

Le hablare a todo ello, te hablare a ti, mamá.




5 jul 2014

Cuarenta y tres puestas de sol.



Una vez leí que había que ver cuarenta y tres puestas de sol para dejar de estar triste.
Que los gatos tienen siete vidas por si se enamoran seis.
Que Gran Vía es demasiado bonita como para enamorarse.
Y que en los bares aparte de olvidar, también se bebe.
Que en los tejados los suicidas también han hecho el amor.
Que bajo los párpados se ahogan barcos de papel. Y que no se nadar.


A veces sacaba a bailar a su niña interior, bailaba su canción favorita, descalza y sin bragas.
Y se ahorcaba en las sábanas cada vez que escribía.

Creía que el azul era un color cálido, que el mar no tenía fondo y por eso dolía. Y que los horizontes eran como poesía pero sin orgasmo.

Era como un cementerio, por las flores y eso, y un suicidio por dentro.
Decía que la primavera era demasiado puta, y que las margaritas no se deshojan, que es mejor no querer, para no hacerse daño lamiendo heridas.


Se perdía por una boca, que no era la del metro, y se corría con Baudelaire porque decía que hacer el amor dolía una puta barbaridad.
Y que ya había visto a demasiada gente irse mucho antes de haber llegado.

Y que prefería eso de morir por la poesía...

Audio-textos.

https://www.youtube.com/watch?v=U1AzZ1csvuw
Buenos días.
Abre las ventanas y busca otro sol que el nuestro está medio caído, y no sabes como jode fumar a las dos de la mañana en el balcón, tirando las flores por un quinto piso, una puta barbaridad.


En vez de deshojar margaritas, busquemos un no te quiero, un no me quieres, para no hacernos daño lamiendo heridas.
Lámeme desnuda bailando mi canción favorita, que ya no se distinguir entre descenso y caída.

Que ya me da igual no salvarme, si vamos a morir de todas formas, mátame tú.


Revíveme de vez en cuando, pero no me des los buenos días. Que esto de sentir se me complica y aún sigo creyendo que dolemos durante siete vidas.

Otra carta de despedida.


Antes de saber que en las casualidades se muere, y se revive una y otra vez, que bajo tus párpados se han ahogado decenas de barcos de papel, y tú nunca me enseñaste a nadar.

Te encontré por casualidad, como se encuentran las pestañas en la mejilla, y es que sigo viviendo en ese instante en el que pedí ese deseo a medias, de que las casualidades duren más, y duelan menos.
Imaginé que cruzando un barrio más allá tropezaría con Madrid, y que la línea de autobús recorrería todo Gran Vía, mientras la dibujaba, mientras me perdía.
Tropecé con todo aquello, cuando ni siquiera sabía porque las noches se consumían tan despacio. Cuando las canciones bonitas no sonaban al tiempo de bailar, y era yo quién llegaba tarde.

Y no sabes cuántas veces le he echado la culpa a la puta poesía, por haber llevado tu NOMBRE en cualquier estrofa.
Por haberme dejado morir a pie de página...




Has sido poesía, de esa, que se escribe con los ojos cerrados justo antes de llegar al orgasmo; De esa que se esconde al final de un bar, de esa que se queda marcada sobre el papel y sobre mi, de esa que hiela en pleno agosto y que finge no tener que quedarse, para volverse a ir.


Ojalá...


Puta poesía.
Cuantas mejillas han derramado ápices de mares y océanos.
Cuántas de ellas se han quedado clavadas en tus nudillos, y en tu clavícula.


Ya basta.


Hoy al despertarme, he bajado corriendo las escaleras, cómo no lo hacía desde que era pequeña, iba a despertar al mundo entero, y me daba igual si tú eras uno de ellos.
Porque me he cansado de ir de puntillas, para no estropearte el sueño, pero es que tú le robabas al mío...

He abierto la puerta, y la he cerrado de golpe, como si fuera un adiós mal pronunciado, pero es que me he cansado de la poesía, desde que los versos eran menos bonitos cada vez que te escribía, y la vida, no es tan triste como la recordaba, no quiero seguir escondiéndome debajo del paraguas cuando llueva, quiero empaparme, sin ti. No quiero volver a arrancar las flores con tus gemidos y con las manos atadas a la espalda.


Prometo no volver a bailar.

Prometo emanciparme de las ruinas de tu poesía.


Prometo no volver a escribir otra carta de despedida.