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28 ene 2013

Cada día, cada buenas noches.





Que soplaba el fuego de cada vela, que recuerdo cómo iba cayendo la cera.

Que no abre visto muchas estrellas fugaces, pero alguna paso en aquellos años. Anocheciendo, mirando las estrellas desde mi ventana.


Qué estrellé todas mis monedas que llevaba en los bolsillos de aquellos vaqueros desgastados, en una fuente de piedra, comida por el musgo.


Que aquella pestaña que resbalaba por mi mejilla hasta caer en mis papeles llenos de letras. Que iba deslizándose por el aire.

Que he encontrado mil motivos para pedir siempre el mismo deseo.

¿Sabes cuál?
Que no te fueras nunca de mi lado, que no me dejaras sola, que te necesitaba... Necesitaba saber, que, al irme a dormir, aunque tu no estuvieras bajo esas sábanas conmigo, me decías  buenas noches con apenas un susurro. ¿Pero sabes qué?
Que yo lo oía. Entonces cerraba los ojos fuertemente y pedía el único deseo que yacía desde hace mucho en mí. Que no te fueras, incluso en mis sueños. Así que cada día, cada buenas noches, te esperaba.

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