De querer llorar y acabar derramando más tinta que lágrimas.
De soñar y no dormir, de escribir con los ojos cerrados, que es más bonito que el papel.
De soñar y no dormir, de escribir con los ojos cerrados, que es más bonito que el papel.
Más lluvia que tormenta, más caos que calma, y yo sigo aquí,
partiéndome un poco el pecho, para escribirte y seguir muriendo, a la vez.
Pero si dejara de hacerlo moriría igualmente sólo que con más bolígrafo que papel.
Que el verbo anhelar si existe por las noches, a solas, y con medio café más frío que amargo duele más.
Pero si dejara de hacerlo moriría igualmente sólo que con más bolígrafo que papel.
Que el verbo anhelar si existe por las noches, a solas, y con medio café más frío que amargo duele más.
Acantilados para despertar, y es que le tengo miedo a las
alturas, y a querer, que viene siendo lo mismo, sólo que un te quiero me asusta,
más.
Dime como era antes de conocer todo esto, de saber que había
noches más oscuras que el negro de mis pestañas, que sentir la poesía duele aún
más que recordar.
Recordar que era tu sonrisa la que alegraba las calles de
cualquier ciudad, Barcelona por ejemplo. Que tu pecho me hacía ser tan
inocente, que en tu espalda desaparecía cualquier preocupación. Llamémoslo
ansias, que en un verso el amor empieza a estar sobrevalorado, y mi lápiz aún
no sabe escribir esa palabra.
Prefiere distraerse y mirar por la ventanilla del tren,
dejando de buscar sonrisas a medias, o rotas, por el vagón. O leer el libro que
lleva la persona de al lado, ver dormirse a aquel señor que está sentado dos
asientos más allá, o quizás dibujar entre el zic-zac de la vía.
Y es que hay momentos que tienes que dejar
de se tú, para sentir un poco menos. Quizás.
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